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Simbolos...

Una mesa y una silla metálicas aparecen como únicos elementos de un espacio inquietantemente blanco, inquietantemente aséptico mitad morgue de hospital, mitad biblioteca tras la quema de sus libros. En el centro de la mesa un timbre espera silencioso y un cajón permanece cerrado en uno de los laterales. De fondo suena el "Réquiem" de Mozart. Se adivinan dos puertas, una a cada lado del escenario. Por la de la izquierda entra un MUCHACHO semidesnudo, semiinvisible, con unos zapatos de cordones insultantemente negros. Llega como si buscara algo, también como si no supiera lo que busca; ve la mesa, descubre el timbre y lo hace sonar. Espera unos segundos y vuelve a pulsarlo. Un momento después entra, por la puerta de la derecha, una MUJER vestida con un traje, el pelo recogido, gafas... Viene limándose las uñas y sus manos realizan este movimiento rítmico con la misma naturalidad con la que respira diecinueve o veinte veces por minuto. Milagrosamente, ve al MUCHACHO semiinvisible y se acerca a él.)
MUJER: Buenos días. ¿Qué desea?
MUCHACHO (Inseguro.): Buenos días. He venido porque me han dicho que en este lugar... (No sabe cómo seguir.)
MUJER: ¿En este lugar?
MUCHACHO: En este lugar.
MUJER: ¿En este lugar qué?
MUCHACHO: Que aquí pueden ayudarme.
MUJER: Eso depende, claro.
MUCHACHO: ¿Depende de qué?
MUJER: Depende de su petición. Nada de dentífricos ni de termómetros. La semana pasada repartimos ya demasiados...
MUCHACHO: No, verá... Yo...
MUJER: Tampoco pilas usadas.
MUCHACHO: Claro, lo entiendo, pero...
MUJER: Ni tiradores de puertas de estanterías de cocina.
MUCHACHO: Es que yo venía a por una cosa distinta...
MUJER: ¿Distinta?
MUCHACHO: Sí, distinta..., distinta a todo lo demás.
MUJER: Pues no sé de qué pueda tratarse. ¡Me encanta este fragmento del "Réquiem"! ¿A usted no? (Escucha durante un momento, como extasiada.) Es tan... tan...
MUCHACHO: ¿Sublime?
MUJER (Pensativa.): Sublime..., tal vez... O no sé. Casi nunca estoy segura del todo. ¿Y usted quién es?
MUCHACHO: ¿Cómo dice?
MUJER: Debe identificarse antes de realizar cualquier tipo de petición o consulta.
MUCHACHO: Ah, pues yo soy... un muchacho.
MUJER: ¿Unmuchacho?
MUCHACHO: Eso es...
MUJER: Unmuchacho... De acuerdo. Entonces, Señor Unmuchacho, volvamos a su solicitud. Usted había venido porque...
MUCHACHO: Necesito... papel.
MUJER (Sorprendida.): ¿Cómo?
MUCHACHO: Que necesito papel.
MUJER: ¿Papel?
MUCHACHO: O un trozo de tela o de cartón... Algún sitio donde se pueda escribir.
MUJER (Súbitamente fría.): Eso no es posible.
MUCHACHO: Pensé que tal vez...
MUJER: Lo siento, pero son las órdenes... Nada de papel.
MUCHACHO (Suplicante.): Tendría bastante con un sólo folio. O una esquinita.
MUJER: Ya, pero no estoy en condiciones de... Usted ya conoce la Reglamentación del Consejo y sabe que ese tipo de deseos no está admitido. No es que yo no quiera. Personalmente, me da igual si...
MUCHACHO: Tiene que haber alguna forma.
MUJER: Lo dudo.
MUCHACHO: Siempre hay una forma.
MUJER: ¿Una forma de qué?
MUCHACHO: Una forma... una forma de conseguir... papel o termómetros.
MUJER: La semana pasada.
MUCHACHO: ¿Qué?
MUJER: La semana pasada sobraron termómetros, y una comisión se tuvo que encargar de reconvertirlos en azúcar.
MUCHACHO: Una solución muy útil.
MUJER: ¿Sabe? Quizá podría concertarle una cita con otra persona... Para lo del papel.
MUCHACHO: ¿Con quién?
MUJER: Con algún señor Director... Pero no se haga muchas ilusiones.
MUCHACHO: ¿Podría verle ahora?
MUJER (Temerosa.): Pues no sé... Todos suelen estar muy ocupados, tomando decisiones, ¿sabe? Hay muchas cosas sobre las que decidir, lo de los termómetros, por ejemplo, y... Tal vez no haya sido una buena idea sugerirle que... Casi nunca admiten consultas...
MUCHACHO: Pero tengo prisa. Necesito el papel ya.
MUJER: En fin, podría intentarlo, aunque... Siéntese aquí (Le muestra la silla.). Veremos si puede atenderle alguno en este momento. (Casi a punto de salir.) Oiga, ¿le gusta Mozart? En eso sí decido yo. Lo de la música. ¿Quiere que ponga otra cosa?
MUCHACHO: Mozart está bien...
MUJER: Pero no es su preferido, ¿verdad? Tal vez... ¿Vivaldi? ¿O Bach?
MUCHACHO: Me gustan mucho los franceses.
MUJER: ¿En serio?
MUCHACHO: Sí. Algunos me parecen...
MUJER: ¿Sublimes?
MUCHACHO: Sublimes.
MUJER: Muy bien. Ahora vuelvo. Mientras tanto, haga usted algo útil... Ya sabe que según la Reglamentación resulta muy perjudicial y altamente contradictorio estar perdiendo el tiempo...
MUCHACHO: Artículo ciento treinta barra cuarenta y tres.
MUJER: Eso es... Entreténgase desatándose y atándose los cordones. Es un ejercicio muy recomendado por los señores Directores.
MUCHACHO: Está bien. La espero.
(La MUJER sale. El MUCHACHO comienza a desatarse los cordones con atención desmedida: es un ejercicio muy recomendado por los señores Directores. Al momento deja de sonar Mozart y empieza un tema de Fauré o tal vez, fuese Debussy, la verdad es que siempre confundo a estos dos compositores. Cuando pasa un rato así entra la MUJER visiblemente acompañada por un señor DIRECTOR: hombre de unos cincuenta años, vestido con esa elegancia que caracteriza a los señores Directores. Trae una especie de regla larga en la mano, aunque también podría ser un termómetro reconvertido. El MUCHACHO se levanta algo inquieto, con los cordones a medio atar.)
MUJER (Señalando al MUCHACHO.): Aquí está señor Director. Este es el señor Unmuchacho.
DIRECTOR (Lo inspecciona de arriba abajo.): (A la MUJER.) De acuerdo. Ya puede usted retirarse.
MUJER: Con su permiso. (Se va.)
DIRECTOR (Mientras habla, va dando vueltas alrededor del muchacho, con aire marcial, golpeándose una mano con la regla.): Según me han dicho ha venido usted porque... quiere papel.
MUCHACHO: Sí, señor. Me bastaría con un trozo de folio.
DIRECTOR: Ya... Pero usted conoce nuestras normas.
MUCHACHO: Sí.
DIRECTOR: Son normas básicas de convivencia.
MUCHACHO: Sí.
DIRECTOR: Que todos debemos respetar para el mantenimiento de un orden apropiado y estable.
MUCHACHO: Sí.
DIRECTOR (Se queda quieto delante del MUCHACHO.): ¿Entonces? Si sabe todo esto, ¿para qué viene aquí con este tipo de peticiones?
MUCHACHO: Yo no quería contradecir el Reglamento que...
DIRECTOR: ¿O acaso no ha memorizado nuestros estatutos?
MUCHACHO: Sí, claro que los he...
DIRECTOR: Veamos... (Como un profesor examinando a un alumno.) Veinticuatro barra treinta y dos.
MUCHACHO: Cruzar los dedos antes de pasar bajo una puerta roja.
DIRECTOR: Trescientos ochenta y cuatro barra cinco.
MUCHACHO: Sonarse la nariz después de que un pájaro haya cantado más de treinta segundos.
DIRECTOR: Uhmmm... Dos barra mil setecientos cuarenta y nueve.
MUCHACHO: Poner un pie delante del otro cada vez que se desee ir hacia alguna parte.
DIRECTOR: Está bien... Parece que escuchó atentamente a nuestros consejeros. Por eso no comprendo que llegue aquí, pidiendo que le demos papel... Papel... ¿Acaso no recuerda el artículo diecisiete barra cuatrocientos veinticinco?
MUCHACHO: Sí... Pero creía que tal vez pudieran hacer una excepción.
DIRECTOR (Ofendido.): ¿Excepciones? Pero, cómo se le ocurre algo así. Aquí no se permiten las excepciones. Nunca. Las excepciones son el comienzo de la desorganización.
MUCHACHO: Ya le he dicho que yo no voy a utilizar mal el papel.
DIRECTOR: Pero, ¿para qué lo quiere, ¡vamos a ver!?
MUCHACHO: Para un recuerdo.
DIRECTOR: ¿Un qué?
MUCHACHO: Un recuerdo... Quiero escribir un recuerdo.
DIRECTOR: Pero, ¿sabe usted lo que está diciendo? ¿Acaso no hemos dicho mil veces que los recuerdos resulta sumamente perjudiciales? Son engañadizos. Le hacen creer a uno que las cosas son como no son, y de ahí sólo hay un paso para la sublevación y el caos.
MUCHACHO: Es un recuerdo cortito... E inocente.
DIRECTOR: Ningún recuerdo es inocente. Ninguno. Los Altos Mandatarios nos han enseñado ya que este tipo de cosas es mejor atajarlas desde la raíz.
MUCHACHO: Es que... además, le he dado forma de poema, ¿sabe?... Antes de que se promulgara la ley diecisiete barra cuatrocientos veinticinco, yo solía leer... Y llevo mucho tiempo pensando, hasta que he encontrado las palabras precisas. ¿Entiende? Si dejo pasar más tiempo, poco a poco iré confundiendo la terminación de un verbo o la colocación de una coma...
DIRECTOR: Todo esto no me gusta nada.
MUCHACHO: ¿Usted nunca ha tenido esa tentación?
DIRECTOR: ¿Cuál?
MUCHACHO: La de buscar un trozo de folio para escribir sobre algo. Cuando ha descubierto una sonrisa nueva en el rostro de una mujer o un pájaro se ha quedado durante mucho rato cerca de usted o algún niño le ha hecho una pregunta extraña o...
DIRECTOR (Molesto.): ¡Ya está bien! Déjese de ejemplos estúpidos... No, yo nunca tengo ese tipo de tentaciones... Yo soy un señor Director. No lo olvide. Mi comportamiento ha de ser siempre siempre siempre modelo.
MUCHACHO: Lo siento. No quería molestarle...
DIRECTOR: ¿Y por qué no ha utilizado usted alguna pared? Eso por ahora no está prohibido.
MUCHACHO: ¿Para qué?
DIRECTOR: Para escribir su... recuerdo.
MUCHACHO: Ya lo pensé. Pero no quedan huecos libres. Hasta las losas del suelo están llenas de palabras. Hasta los árboles. Como ustedes no salen de aquí no se han dado cuenta, pero la gente ha cubierto toda la ciudad de mensajes. (Como si recordara.) Incluso creí que valdría la pena borrar alguno para colocar mi poema. Pero al final no me atreví. Porque todas esas frases son importantes, ¿sabe? Es imprescindible que se queden ahí. La gente las necesita. Se identifica con ellas...
DIRECTOR (Recapacitando.): Entonces, ¿dice usted que hay letras pintadas por todos lados ahí fuera?
MUCHACHO (Inseguro.): Sí.
DIRECTOR (Hablando para sí.): Pues habrá que hacer algo. Tendremos que convocar una reunión urgente. Si estos descuidos llegaran a oídos de los Altos Mandatarios... (Al muchacho.) Gracias por esa información. Haremos algo inmediatamente.
MUCHACHO: ¿Hacer? ¿Qué van a hacer?
DIRECTOR: No se preocupe. Ya sabe que están en buenas manos. Nosotros estamos aquí para cuidar de que todo vaya bien. Ha actuado correctamente viniendo a hablar conmigo.
MUCHACHO: Pero si yo sólo quería que me dieran un trozo de papel.
DIRECTOR: ¡Ya está bien de tonterías! Eso no es posible, no me haga perder la paciencia. ¿Usted sabe el trabajo que nos costó convencerles de la peligrosidad de ese elemento de celulosa? Estaba empezando a ocupar todos los rincones y tuvimos que organizar muchas campañas de concienciación ciudadana... Pero han funcionado. (Soñador.) Afortunadamente todo el mundo está ya olvidando que una vez existieron los libros, y las hojas sueltas, y los almanaques, y las libretas...
MUCHACHO: Claro.
DIRECTOR: ¡Es imprescindible que recuperemos el dominio sobre el presente! Para eso fueron redactados, minuciosamente, nuestros estatutos, para combatir las enfermedades que agrietan el alma humana. ¡Usted dedíquese a seguir las instrucciones! Lo verdaderamente importante es que aprenda a atarse y desatarse bien los cordones. Y también es beneficioso que sepa tocarse la nariz con la punta del dedo. ¿Por qué no trata de perfeccionar esos movimientos? (Mira el reloj.) Por su culpa se me está haciendo tardísimo. (Llamando hacia la puerta.) ¡Elena! A esta hora es cuando pasan los gorriones frente a mi ventana. ¡E-le-na!
(Entra la MUJER, que continúa limándose las uñas, aunque ahora parece como si este gesto le sirviera de excusa para no tener que pensar en cuántas veces está respirando por minuto.)
MUJER: Dígame, señor Director.
DIRECTOR: Quiero que convoque usted a todo el equipo para mañana a primera hora. Es importante. No quiero ni una sola ausencia, ¿me ha entendido?
MUJER: Sí, señor.
DIRECTOR: ¿Seguro?
MUJER: Seguro. ¿Y si me preguntan el tema de la reunión...?
DIRECTOR: Dígales que está empezando a haber disturbios en la ciudad. Que tenemos que tomar medidas.
MUCHACHO (Que hasta entonces había permanecido cabizbajo.): ¿Disturbios? No hay disturbios. Únicamente hay pintadas en las paredes.
DIRECTOR: Por ahí se empieza.
MUCHACHO (Angustiado.): Pero son sólo frases. No son subversivas, de verdad. Es para suplir la falta de papel.
DIRECTOR: No podemos arriesgarnos. Los Altos Mandatarios confían en que nosotros, los Directores, seamos capaces de mantenerlo todo bajo control... ¡y vamos a cumplir con nuestra labor!
MUCHACHO: Por favor, escúcheme primero.
DIRECTOR (Firme.): No hay nada que escuchar. Nosotros sabemos lo que hacemos. (Le echa un vistazo a los zapatos del MUCHACHO.) Mire, como me ha caído usted bien, voy a recompensarle. Elena, dele al chico unos cordones nuevos. Le vendrán bien. Esos ya están muy gastados. (Mientras habla la MUJER saca del cajón de la mesa un paquetito con los cordones y se los da al MUCHACHO. En el gesto nos damos cuenta de que todo el cajón contiene ese mismo material.) Y quédese tranquilo, que actuaremos de la forma más correcta. Como hemos hecho siempre. (Le da la mano.) Encantado. (El MUCHACHO asiente, silencioso.) Elena, no olvide lo que le he encargado.
MUJER: Ahora mismo les aviso, señor Director.
(Sale el DIRECTOR. El MUCHACHO se sienta tristemente en el suelo, para poner en sus zapatos los cordones recién adquiridos.)
MUJER (Amable.): A mí también me gusta Fauré... (¿Se dan cuenta? Llevaba yo razón: era Fauré.) A veces lo escucho varias veces en el día. (Con cierto orgullo.) ¿Se ha dado cuenta de una cosa? Soy yo quien elige la música de esta sección. Y esa es una responsabilidad que no todo el mundo está en condiciones de asumir. Es necesario saber qué autores son recomendables y cuáles no. Pero ellos confían en mi criterio, y me dejan escoger con libertad. ¿No le parece a usted que es importante?
MUCHACHO: Tal vez.
MUJER: Tuve que superar un exhaustivo examen... Si viene otro día, puedo elegir otra cosa para usted. Por ejemplo Beethoven. Podría pasarse por aquí... ¿No le gusta la quinta sinfonía?
MUCHACHO (Se pone de pie. Acaba de tener una idea.): Oiga, ¿le importaría hacerme un favor?
MUJER: ¿Algo relacionado con la música?
MUCHACHO: No es otra cosa... Me preguntaba si podría darme un trozo de su vestido.
MUJER (Con claro asombro.): ¿Cómo dice?
MUCHACHO: Es para copiar un recuerdo.
MUJER: ¿Un recuerdo, suyo?
MUCHACHO: Sí. Me valdría con un trozo de esa tela que lleva puesta.
MUJER: No puedo. Usted sabe que no puedo. ¿Por qué no me pide algo más sencillo? Por ejemplo, algo de Vivaldi. Pero mi vestido... Ellos se darían cuenta.
MUCHACHO: De acuerdo, no se preocupe.
MUJER: No es por mí, de verdad... Usted me cae bien... Pero, no entiendo por qué tanto empeño...
MUCHACHO: La memoria es demasiado quebradiza...
MUJER: ¡Qué raro es usted! Parece medio loco a veces. ¿Es que no se da cuenta que sólo pueden conservarse las cosas que ellos deciden? Si no, sería peligroso para el futuro. Nosotros nunca sabemos qué es desechable y qué no... Nos equivocamos demasiado...
MUCHACHO: A usted le gustaría...
MUJER: ¿Qué?
MUCHACHO: El recuerdo. Tiene forma de poema, ¿sabe? Y cuando pienso en él me parece como si no fuera mío.
MUJER: ¿Por qué ha dicho que me gustaría?
MUCHACHO: Porque se parece a Beethoven.
MUJER: ¿De verdad?
MUCHACHO: Merece el derecho a permanecer.
MUJER (Haciéndole un gesto para que hable en voz baja.): No diga esas cosas... Ese derecho lo conceden ellos... Aunque tal vez si se lo muestra al consejo...
MUCHACHO (Interrumpe, con cierta desesperación.): No me escucharán. Usted ya los conoce... Tengo que hacer algo... Siempre hay una forma... Siempre... Es cuestión de saber buscarla...
(Se quedan un momento en silencio. Ella lo mira con preocupación.)
MUJER (Tratando de distraerlo.): ¿Y por qué le gustan los compositores franceses? (El MUCHACHO no contesta.) Una vez escuché hablar de París, ¿sabe? Dicen que no queda tan lejos. Yo nunca sé qué pensar de esas cosas, porque me confundo con las distancias y con las fechas... ¡Qué difícil es no pensar que uno está en otro día! ¿A usted no le pasa nunca eso? Yo, como casi siempre estoy aquí, lo mismo me da lunes que agosto. Aunque en París tal vez los viernes huelen de otra forma, o no sé...
MUCHACHO (Permanece en silencio un momento más, hasta que parece ocurrírsele una idea.): ¡Ya lo tengo!
MUJER (Sorprendida.): ¿El qué?
MUCHACHO (Esperanzado.): Usted no puede darme su ropa, pero sí podría prestarme una horquilla.
MUJER (Tocándose el moño.): ¿Una horquilla? ¿Para qué?
MUCHACHO (Con decisión.): Para tatuarme los versos en el cuerpo.
MUJER: ¿Tatuárselos?
MUCHACHO: Con una herida, ¿comprende?. Así se quedará hasta que cicatrice, y podré reescribirlo antes de que se borre del todo.
MUJER: Pero eso le va a hacer daño. Yo no quiero sentirme responsable...
MUCHACHO: Por favor. Es la única solución. Además, será sólo un momento. Luego dejará de doler. Por favor.
MUJER (Indecisa.): No sé... Si se enteran...
MUCHACHO: No van a enterarse. Ellos no salen de aquí normalmente. No van a verme. Y a mí me estaría haciendo tan feliz. Sólo un momento. Luego le devuelvo la horquilla y ellos no sabrán...
MUJER (Quitándose una horquilla del pelo.): Está bien, pero dese prisa porque pueden volver. Mientras voy a poner otra música, para disimular. Es extraño que esté tanto rato sonando lo mismo. (A punto de salir.) Tenga cuidado de que no le vean. Ahora mismo vuelvo.
(La mujer sale. Mientras, el MUCHACHO comienza a mirar su cuerpo, como si fuera la primera vez que lo ve, como si acabara de encontrárselo debajo de los ojos. Deja de sonar Fauré y comienza a escucharse Satie: "Gymnopédie nº 1" en este caso no tengo ni la menor duda, porque, sinceramente, éste es uno de mis temas predilectos. Acompañando sus movimientos con la música, como si la mano se moviera haciendo bailar la horquilla sobre la piel, el MUCHACHO se va escribiendo el poema sobre el pecho, en los brazos, en el vientre... En su rostro de ojos cerrados, se dan cita el dolor y la alegría, el sacrificio y el triunfo. Mientras, sobre el escenario van cayendo lentas gotas de sangre. Cuando el MUCHACHO abre los párpados y se percata de las manchas, las frota con sus manos, intentando hacerlas desaparecer; pero sólo consigue que se extiendan más. Entonces, agacha su cabeza hasta el suelo y empieza a lamerlas con lentitud, al ritmo del piano, que sigue sonando. Cuando han transcurrido así unos minutos, la MUJER regresa.)
MUJER: ¡Por Dios! ¿Qué está haciendo?
MUCHACHO (Se interrumpe, asustado durante un instante, pero al verla a ella, suspira aliviado.): No quiero que quede ningún rastro de sangre. Eso podría perjudicarla.
MUJER: Lleva razón. (Decidida, se arrodilla y comienza a lamer ella también la sangre.) Continúe usted escribiendo, y yo iré limpiando esto. (Están así durante un momento.) ¿Le queda mucho? Tengo que avisar de la reunión. Si no lo hago, vendrán a buscarme.
MUCHACHO: Sólo unas cuantas letras más.
MUJER (Sigue lamiendo el suelo mientras habla.): Es usted extraño.
MUCHACHO: ¿Extraño?
MUJER: Sí... Hace cosas extrañas.
MUCHACHO: También usted las está haciendo.
MUJER: Es distinto... Yo..., sólo le estoy ayudando.
MUCHACHO (Mirándola fijamente.): ¿Por qué?
MUJER (Con cierta timidez.): No lo sé... Yo normalmente no salgo de aquí y viene tan poca gente... Todo está tranquilo. Pero hoy...
MUCHACHO: ¿Hoy?
MUJER: Usted... Ya se lo he dicho. Usted es extraño.
MUCHACHO: ¿Y eso la asusta?
MUJER: No. Asustarme no. Pero nunca pensé que fuera a atreverme a algo así.
MUCHACHO: Yo tampoco.
MUJER: Debemos continuar. (Sigue lamiendo el suelo, mientras él la observa, silencioso, durante un momento.)
MUCHACHO: ¿No le molesta?
MUJER: ¿El qué?
MUCHACHO: Estar haciendo eso...
MUJER: No. Me gusta el sabor de su sangre.
MUCHACHO: ¿A qué sabe?
MUJER (Después de cada frase vuelve a probar la sangre del suelo, pasando desde una actitud reflexiva a otra progresivamente más sensual.): A hierro... Y a lágrimas...Y a tierra...Y a mar... (Llega hasta el pecho de él y lame sus heridas.) Su sangre sabe a sudor y a vino.
(El MUCHACHO, que se había quedado muy quieto mientras ella hablaba, reacciona entonces tomándola por los brazos y besándola largamente. Al momento el disco se pone a sonar como si estuviera rallado y repite insistentemente un trozo de la melodía.)
MUJER (Asustada, se separa de él.): ¿Estás oyendo? (Se levanta rápidamente.) Tengo que irme...
MUCHACHO: Está bien. Mejor me marcho yo también... y vengo mañana a verte. ¿Quieres?
MUJER: ¿Mañana?
MUCHACHO: Sí, mañana. (Se levanta y la abraza.) Ya no quiero dejarte.
MUJER: ¿Estás seguro?
MUCHACHO: Sí. Mañana vendré a escuchar Satie contigo.
MUJER: Y Beethoven.
MUCHACHO: Y Beethoven.
(Se besan con urgencia.)
MUCHACHO: No te olvides de mí.
MUJER (A punto de salir ya.): Te estaré esperando. Mañana.
MUCHACHO: Mañana. (Le lanza un beso.)

(Ambos salen a la vez, cada uno por una puerta. El espacio queda inquietantemente vacío, pero al instante vuelve a entrar el MUCHACHO, como si se le hubiera olvidado algo. Se acerca hasta la otra puerta y habla bajito.)
MUCHACHO: Elena. Elena. (Muestra la horquilla. Nadie le contesta. Se vuelva sobre sus pasos, dirigiéndose otra vez a la otra puerta.)
(La música regresa, ahora sonando correctamente. Debussy creo. Al momento aparece la MUJER, todavía bastante agitada, tratando de recomponerse la ropa y el pelo. Llega hasta donde están las últimas gotas de sangre y frota el suelo con el pie. Mientras tanto entra el Director.)
DIRECTOR: ¿Qué está haciendo?
MUJER (Se vuelve, asustada.): ¡Ah!, nada. No es nada. Jugaba...
DIRECTOR: ¿Qué pasaba con el sonido? Ya sabe que la música es responsabilidad suya.
MUJER: Sí... Lo siento...
DIRECTOR: ¿Acaso estaba entretenida en algo... importante?
MUJER: No. Sólo... tardé un poco en darme cuenta.
DIRECTOR: De acuerdo... Confío en que no vuelva a ocurrir. (Está a punto de salir, pero se vuelve junto a la puerta.) ¿Ha comenzado ya a avisar al equipo de la reunión de mañana?
MUJER: Todavía no. Iba a hacerlo ahora mismo.
DIRECTOR (Se queda mirándola fijamente, en silencio, durante un momento.): Elena, vuélvase.
MUJER (Disimulando su creciente temor.): ¿Cómo?
DIRECTOR: Que se ponga de espaldas. (Ella se gira. Desde lejos él la observa.) ¿Qué ha pasado con la horquilla que le falta?
MUJER: ¿Me falta una horquilla?
DIRECTOR: ¿No lo sabía?
MUJER: No...
DIRECTOR (Se acerca a ella y la coge, firme pero sin violencia, del brazo.): Tiene usted que acompañarme.
MUJER: ¿Adónde?
DIRECTOR: Ha faltado usted a sus obligaciones.
MUJER: Pero, señor Director, yo no he hecho nada...
DIRECTOR: ¿Y la horquilla? Ha perdido usted una horquilla.
MUJER (Llorosa.): ¿Qué tiene eso de malo...?
DIRECTOR: Vamos, Elena, siempre fue una colaboradora ejemplar. Usted sabe que no puedo dejar pasar ese tipo de actitudes.
MUJER: Se me habrá caído por aquí... (Trata de soltarse.) Déjeme mirar, tal vez esté debajo de la mesa...
DIRECTOR: Demasiado tarde. Los altos mandatarios no permiten que...
MUJER: Escúcheme un momento.
DIRECTOR: No. No puedo escucharla. ¿No entiende que sería peligroso si...? (Le acaricia un momento el pelo, con cierta ternura.) Siempre me gustó el color de su cabello, sobre todo por la tarde, y a veces la miraba andar, con esos tobillos, tan pequeñitos..., nunca me acerqué a tocarlos, y ahora, sin esa horquilla, casi despeinada, distinta, como si algo la hubiera transformado... (Aparta la mano de su cabeza.) ¡No! ¿Qué estoy haciendo? Un Director nunca puede permitir estos errores. Nunca.
MUJER: Por favor...
DIRECTOR: Si se resiste, me veré obligado a emplear la fuerza. (Tirando de ella.) Vamos.
MUJER: ¿Por qué hace esto? (Se van dirigiendo lentamente hacia la puerta.) Tengo que quedarme aquí. Mañana...
DIRECTOR: Mañana, ¿qué?
MUJER: Mañana... tenía cosas que hacer...
DIRECTOR: ¿Lo ve? Siempre les hemos aconsejado que no hagan planes tan a largo plazo... Es una imprudencia tratar de prever lo que van a hacer al día siguiente; y sin embargo, ustedes se empeñan en no hacernos caso. Por eso ocurren estas cosas, porque no siguen nuestras advertencias.
(Cuando acaba de decir esta frase salen, y todavía se siguen oyendo las voces ya fuera.)
MUJER: ¡Suélteme! ¡Yo no he hecho nada!
DIRECTOR: No grite, Elena. No queda otra solución.
MUJER: ¡Déjeme ir! ¡Déjeme ir! ¡Dejé-!
(La palabra se queda a medias, a la vez que la música deja de sonar. La mesa y la silla continúan metálicamente firmes, ocupando el centro del escenario. El silencio parece sentirse avergonzado por no saber decir algo que deshaga tanta blancura vacía.)

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